También podemos adver-
tir en muchas familias una capacidad de servicio
oblativo y tierno ante hijos difíciles e incluso des-
agradecidos. Esto hace de esos padres un signo
del amor libre y desinteresado de Jesús. Todo
esto se convierte en una invitación a las personas
célibes para que vivan su entrega por el Reino
con mayor generosidad y disponibilidad. Hoy,
la secularización ha desdibujado el valor de una
unión para toda la vida y ha debilitado la riqueza
de la entrega matrimonial, por lo cual « es preciso
profundizar en los aspectos positivos del amor
conyugal ».
173
L
a
transformación
deL
amor
163. La prolongación de la vida hace que se
produzca algo que no era común en otros tiem-
pos: la relación íntima y la pertenencia mutua de-
ben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas,
y esto se convierte en una necesidad de volver
a elegirse una y otra vez. Quizás el cónyuge ya
no está apasionado por un deseo sexual intenso
que le mueva hacia la otra persona, pero siente
172
Cf. t
omás
de
a
quino
,
Summa Theologiae II-II, q. 27,
a. 1.
173
p
ontificio
c
onseJo
para
La
f
amiLia
,
Familia, matrimo-
nio y uniones de hecho (26 julio 2000), 40.
125
el placer de pertenecerle y que le pertenezca, de
saber que no está solo, de tener un « cómplice »,
que conoce todo de su vida y de su historia y que
comparte todo. Es el compañero en el camino
de la vida con quien se pueden enfrentar las di-
ficultades y disfrutar las cosas lindas. Eso tam-
bién produce una satisfacción que acompaña al
querer propio del amor conyugal. No podemos
prometernos tener los mismos sentimientos du-
rante toda la vida. En cambio, sí podemos tener
un proyecto común estable, comprometernos
a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte
nos separe, y vivir siempre una rica intimidad. El
amor que nos prometemos supera toda emoción,
sentimiento o estado de ánimo, aunque pueda in-
cluirlos. Es un querer más hondo, con una deci-
sión del corazón que involucra toda la existen-
cia. Así, en medio de un conflicto no resuelto, y
aunque muchos sentimientos confusos den vuel-
tas por el corazón, se mantiene viva cada día la
decisión de amar, de pertenecerse, de compartir
la vida entera y de permanecer amando y per-
donando. Cada uno de los dos hace un camino
de crecimiento y de cambio personal. En medio
de ese camino, el amor celebra cada paso y cada
nueva etapa.
164. En la historia de un matrimonio, la apa-
riencia física cambia, pero esto no es razón para
que la atracción amorosa se debilite. Alguien se
enamora de una persona entera con una iden-
tidad propia, no sólo de un cuerpo, aunque ese
126
cuerpo, más allá del desgaste del tiempo, nunca
deje de expresar de algún modo esa identidad
personal que ha cautivado el corazón. Cuando
los demás ya no puedan reconocer la belleza de
esa identidad, el cónyuge enamorado sigue sien-
do capaz de percibirla con el instinto del amor,
y el cariño no desaparece. Reafirma su decisión
de pertenecerle, la vuelve a elegir, y expresa esa
elección en una cercanía fiel y cargada de ternura.
La nobleza de su opción por ella, por ser intensa
y profunda, despierta una forma nueva de emo-
ción en el cumplimiento de esa misión conyu-
gal. Porque « la emoción provocada por otro ser
humano como persona […] no tiende de por sí
al acto conyugal ».
174
Adquiere otras expresiones
sensibles, porque el amor « es una única realidad,
si bien con diversas dimensiones; según los ca-
sos, una u otra puede destacar más ».
175
El víncu-
lo encuentra nuevas modalidades y exige la deci-
sión de volver a amasarlo una y otra vez. Pero no
sólo para conservarlo, sino para desarrollarlo. Es
el camino de construirse día a día. Pero nada de
esto es posible si no se invoca al Espíritu Santo, si
no se clama cada día pidiendo su gracia, si no se
busca su fuerza sobrenatural, si no se le reclama
con deseo que derrame su fuego sobre nuestro
amor para fortalecerlo, orientarlo y transformar-
lo en cada nueva situación.
174
J
uan
p
abLo
ii,
Catequesis (31 octubre 1984), 6: L’Osser-
vatore Romano, ed. semanal en lengua española, 4 de noviembre
de 1984, p. 3.
175
b
enedicto
xVi, Carta enc.
Deus caritas est (25 diciem-
bre 2005), 8:
AAS 98 (2006), 224.
127
CAPÍTULO
QUINTO
amor que se VueLVe fecundo
165. El amor siempre da vida. Por eso, el amor
conyugal « no se agota dentro de la pareja […]
Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan
más allá de sí mismos la realidad del hijo, refle-
jo viviente de su amor, signo permanente de la
unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del
padre y de la madre ».
176
a
coger
una
nueVa
Vida
166. La familia es el ámbito no sólo de la gene-
ración sino de la acogida de la vida que llega como
regalo de Dios. Cada nueva vida « nos permite
descubrir la dimensión más gratuita del amor,
que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de
ser amados antes: los hijos son amados antes de
que lleguen ».
177
Esto nos refleja el primado del
amor de Dios que siempre toma la iniciativa, por-
que los hijos « son amados antes de haber hecho
algo para merecerlo ».
178
Sin embargo, « numero-
sos niños desde el inicio son rechazados, abando-
176
J
uan
p
abLo
ii, Exhort. ap.
Familiaris consortio (22 no-
viembre 1981), 14:
AAS 74 (1982), 96.
177
Catequesis (11 febrero 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 13 de febrero de 2015, p. 12.
178
Ibíd.
128
nados, les roban su infancia y su futuro. Alguno
se atreve a decir, casi para justificarse, que fue
un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es
vergonzoso! […] ¿Qué hacemos con las solem-
nes declaraciones de los derechos humanos o de
los derechos del niño, si luego castigamos a los
niños por los errores de los adultos? ».
179
Si un
niño llega al mundo en circunstancias no desea-
das, los padres, u otros miembros de la familia,
deben hacer todo lo posible por aceptarlo como
don de Dios y por asumir la responsabilidad de
acogerlo con apertura y cariño. Porque « cuando
se trata de los niños que vienen al mundo, nin-
gún sacrificio de los adultos será considerado de-
masiado costoso o demasiado grande, con tal de
evitar que un niño piense que es un error, que no
vale nada y que ha sido abandonado a las heridas
de la vida y a la prepotencia de los hombres ».
180
El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a
papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue
con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene
como destino final el gozo de la vida eterna. Una
mirada serena hacia el cumplimiento último de la
persona humana, hará a los padres todavía más
conscientes del precioso don que les ha sido con-
fiado. En efecto, a ellos les ha concedido Dios
elegir el nombre con el que él llamará cada uno
de sus hijos por toda la eternidad.
181
179
Catequesis (8 abril 2015): L’Osservatore Romano, ed. se-
manal en lengua española, 10 de abril de
2015, p. 16.
180
Ibíd.
181
Cf. c
onc
. e
cum
. V
at
ii, Const. past.
Gaudium et spes,
129
167. Las familias numerosas son una alegría
para la Iglesia. En ellas, el amor expresa su fe-
cundidad generosa. Esto no implica olvidar una
sana advertencia de san Juan Pablo II, cuando
explicaba que la paternidad responsable no es
« procreación ilimitada o falta de conciencia de
lo que implica educar a los hijos, sino más bien
la facultad que los esposos tienen de usar su li-
bertad inviolable de modo sabio y responsable,
teniendo en cuenta tanto las realidades sociales
y demográficas, como su propia situación y sus
deseos legítimos ».
182
El amor en la espera propia del embarazo
168. El embarazo es una época difícil, pero
también es un tiempo maravilloso. La madre
acompaña a Dios para que se produzca el mila-
gro de una nueva vida. La maternidad surge de
una « particular potencialidad del organismo fe-
menino, que con peculiaridad creadora sirve a la
concepción y a la generación del ser humano ».
183
Cada mujer participa del « misterio de la creación,
sobre la Iglesia en el mundo actual, 51: « Sea claro a todos que la
vida de los hombres y la tarea de transmitirla no se limita a este
mundo sólo y no se puede medir ni entender sólo por él, sino
que mira siempre al destino eterno de los hombres ».
182
J
uan
p
abLo
ii,
Carta a la Secretaria General de la Con-
ferencia internacional de la Organización de Naciones Unidas sobre la
población y el desarrollo (18 marzo 1994): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 8 de abril de 1994, p. 11.
183
i
d
.,
Catequesis (12 marzo 1980), 3: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 16 de marzo de 1980, p. 3.
130
que se renueva en la generación humana ».
184
Es
como dice el Salmo: « Tú me has tejido en el seno
materno » (139,13). Cada niño que se forma den-
tro de su madre es un proyecto eterno del Padre
Dios y de su amor eterno: « Antes de formarte
en el vientre, te escogí; antes de que salieras del
seno materno, te consagré » (
Jr 1,5). Cada niño
está en el corazón de Dios desde siempre, y en
el momento en que es concebido se cumple el
sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto vale
ese embrión desde el instante en que es concebi-
do. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del
Padre, que mira más allá de toda apariencia.
169. La mujer embarazada puede participar de
ese proyecto de Dios soñando a su hijo: « Toda
mamá y todo papá soñó a su hijo durante nueve
meses […] No es posible una familia sin soñar.
Cuando en una familia se pierde la capacidad de
soñar los chicos no crecen, el amor no crece, la
vida se debilita y se apaga ».
185
Dentro de ese sue-
ño, para un matrimonio cristiano, aparece nece-
sariamente el bautismo. Los padres lo preparan
con su oración, entregando su hijo a Jesús ya an-
tes de su nacimiento.
170. Con los avances de las ciencias hoy se pue-
de saber de antemano qué color de cabellos ten-
drá el niño y qué enfermedades podrá sufrir en el
184
Ibíd.
185
Discurso en el Encuentro con las Familias en Manila (16 ene-
ro 2015):
AAS 107 (2015), 176.
131
futuro, porque todas las características somáticas
de esa persona están inscritas en su código genéti-
co ya en el estado embrionario. Pero sólo el Padre
que lo creó lo conoce en plenitud. Sólo él conoce
lo más valioso, lo más importante, porque él sabe
quién es ese niño, cuál es su identidad más honda.
La madre que lo lleva en su seno necesita pedir
luz a Dios para poder conocer en profundidad a
su propio hijo y para esperarlo tal cual es. Algunos
padres sienten que su niño no llega en el mejor
momento. Les hace falta pedirle al Señor que los
sane y los fortalezca para aceptar plenamente a
ese hijo, para que puedan esperarlo de corazón.
Es importante que ese niño se sienta esperado. Él
no es un complemento o una solución para una
inquietud personal. Es un ser humano, con un va-
lor inmenso, y no puede ser usado para el propio
beneficio. Entonces, no es importante si esa nueva
vida te servirá o no, si tiene características que te
agradan o no, si responde o no a tus proyectos y
a tus sueños. Porque « los hijos son un don. Cada
uno es único e irrepetible […] Se ama a un hijo
porque es hijo, no porque es hermoso o porque es
de una o de otra manera; no, porque es hijo. No
porque piensa como yo o encarna mis deseos. Un
hijo es un hijo ».
186
El amor de los padres es ins-
trumento del amor del Padre Dios que espera con
ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin
condiciones y lo acoge gratuitamente.
186
Catequesis (11 febrero 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 13 de febrero de 2015, p. 12.
132
171. A cada mujer embarazada quiero pedirle
con afecto: Cuida tu alegría, que nada te quite el
gozo interior de la maternidad. Ese niño merece
tu alegría. No permitas que los miedos, las preo-
cupaciones, los comentarios ajenos o los proble-
mas apaguen esa felicidad de ser instrumento de
Dios para traer una nueva vida al mundo. Ocúpa-
te de lo que haya que hacer o preparar, pero sin
obsesionarte, y alaba como María: « Proclama mi
alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu
en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humi-
llación de su sierva » (
Lc 1,46-48). Vive ese sereno
entusiasmo en medio de tus molestias, y ruega al
Señor que cuide tu alegría para que puedas trans-
mitirla a tu niño.
Amor de madre y de padre
172. « Los niños, apenas nacidos, comienzan a
recibir como don, junto a la comida y los cuida-
dos, la confirmación de las cualidades espirituales
del amor. Los actos de amor pasan a través del
don del nombre personal, el lenguaje compar-
tido, las intenciones de las miradas, las ilumina-
ciones de las sonrisas. Aprenden así que la be-
lleza del vínculo entre los seres humanos apunta
a nuestra alma, busca nuestra libertad, acepta
la diversidad del otro, lo reconoce y lo respeta
como interlocutor […] y esto es amor, que trae
una chispa del amor de Dios ».
187
Todo niño tie-
187
Catequesis (14 octubre 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 16 de octubre de 2015, p. 12.
133
ne derecho a recibir el amor de una madre y de
un padre, ambos necesarios para su maduración
íntegra y armoniosa. Como dijeron los Obispos
de Australia, ambos « contribuyen, cada uno de
una manera distinta, a la crianza de un niño. Res-
petar la dignidad de un niño significa afirmar su
necesidad y derecho natural a una madre y a un
padre ».
188
No se trata sólo del amor del padre y
de la madre por separado, sino también del amor
entre ellos, percibido como fuente de la propia
existencia, como nido que acoge y como funda-
mento de la familia. De otro modo, el hijo pare-
ce reducirse a una posesión caprichosa. Ambos,
varón y mujer, padre y madre, son « cooperado-
res del amor de Dios Creador y en cierta manera
sus intérpretes ».
189
Muestran a sus hijos el rostro
materno y el rostro paterno del Señor. Además,
ellos juntos enseñan el valor de la reciprocidad,
del encuentro entre diferentes, donde cada uno
aporta su propia identidad y sabe también recibir
del otro. Si por alguna razón inevitable falta uno
de los dos, es importante buscar algún modo de
compensarlo, para favorecer la adecuada madu-
ración del hijo.
173. El sentimiento de orfandad que viven hoy
muchos niños y jóvenes es más profundo de lo
que pensamos. Hoy reconocemos como muy le-
188
c
onferencia
de
o
bispos
c
atóLicos
de
a
ustraLia
,
Carta past.
Don’t Mess with Marriage (24 noviembre 2015), 13.
189
c
onc
. e
cum
. V
at
. ii, Const. past.
Gaudium et spes, so-
bre la Iglesia en el mundo actual, 50.
134
gítimo, e incluso deseable, que las mujeres quie-
ran estudiar, trabajar, desarrollar sus capacidades
y tener objetivos personales. Pero, al mismo tiem-
po, no podemos ignorar la necesidad que tienen
los niños de la presencia materna, especialmente
en los primeros meses de vida. La realidad es que
« la mujer está ante el hombre como madre, su-
jeto de la nueva vida humana que se concibe y
se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo ».
190
El debilitamiento de la presencia materna con
sus cualidades femeninas es un riesgo grave para
nuestra tierra. Valoro el feminismo cuando no
pretende la uniformidad ni la negación de la ma-
ternidad. Porque la grandeza de la mujer implica
todos los derechos que emanan de su inaliena-
ble dignidad humana, pero también de su genio
femenino, indispensable para la sociedad.
191
Sus
capacidades específicamente femeninas —en
particular la maternidad— le otorgan también
deberes, porque su ser mujer implica también
una misión peculiar en esta tierra, que la sociedad
necesita proteger y preservar para bien de todos.
174. De hecho, « las madres son el antídoto
más fuerte ante la difusión del individualismo
egoísta […] Son ellas quienes testimonian la be-
lleza de la vida ».
192
Sin duda, « una sociedad sin
190
J
uan
p
abLo
ii,
Catequesis (12 marzo 1980), 2: L’Osser-
vatore Romano, ed. semanal en lengua española, 16 de marzo de
1980, p. 3.
191
Cf. i
d
., Carta ap.
Mulieris dignitatem (15 agosto 1988),
30-31:
AAS 80 (1988), 1726-1729.
192
Catequesis (7 enero 2015): L’Osservatore Romano, ed. se-
manal en lengua española, 9 de enero de 2015, p. 16.
135
madres sería una sociedad inhumana, porque las
madres saben testimoniar siempre, incluso en los
peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza
moral. Las madres transmiten a menudo también
el sentido más profundo de la práctica religiosa:
en las primeras oraciones, en los primeros gestos
de devoción que aprende un niño
[…]
Sin las ma-
dres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la
fe perdería buena parte de su calor sencillo y pro-
fundo. […] Queridísimas mamás, gracias, gracias
por lo que sois en la familia y por lo que dais a la
Iglesia y al mundo ».
193
175. La madre, que ampara al niño con su ter-
nura y su compasión, le ayuda a despertar la con-
fianza, a experimentar que el mundo es un lugar
bueno que lo recibe, y esto permite desarrollar
una autoestima que favorece la capacidad de in-
timidad y la empatía. La figura paterna, por otra
parte, ayuda a percibir los límites de la realidad, y
se caracteriza más por la orientación, por la sali-
da hacia el mundo más amplio y desafiante, por
la invitación al esfuerzo y a la lucha. Un padre
con una clara y feliz identidad masculina, que a
su vez combine en su trato con la mujer el afecto
y la protección, es tan necesario como los cuida-
dos maternos. Hay roles y tareas flexibles, que
se adaptan a las circunstancias concretas de cada
familia, pero la presencia clara y bien definida de
las dos figuras, femenina y masculina, crea el ám-
bito más adecuado para la maduración del niño.
193
Ibíd.
136
176. Se dice que nuestra sociedad es una « so-
ciedad sin padres ». En la cultura occidental, la
figura del padre estaría simbólicamente ausente,
desviada, desvanecida. Aun la virilidad pareciera
cuestionada. Se ha producido una comprensible
confusión, porque « en un primer momento esto
se percibió como una liberación: liberación del
padre-patrón, del padre como representante de
la ley que se impone desde fuera, del padre como
censor de la felicidad de los hijos y obstáculo a
la emancipación y autonomía de los jóvenes. A
veces, en el pasado, en algunas casas, reinaba el
autoritarismo, en ciertos casos nada menos que
el maltrato ».
194
Pero, « como sucede con frecuen-
cia, se pasa de un extremo a otro. El problema
de nuestros días no parece ser ya tanto la pre-
sencia entrometida del padre, sino más bien su
ausencia, el hecho de no estar presente. El padre
está algunas veces tan concentrado en sí mismo y
en su trabajo, y a veces en sus propias realizacio-
nes individuales, que olvida incluso a la familia.
Y deja solos a los pequeños y a los jóvenes ».
195
La presencia paterna, y por tanto su autoridad,
se ve afectada también por el tiempo cada vez
mayor que se dedica a los medios de comuni-
cación y a la tecnología de la distracción. Hoy,
además, la autoridad está puesta bajo sospecha y
los adultos son crudamente cuestionados. Ellos
mismos abandonan las certezas y por eso no dan
194
Catequesis (28 enero 2015): L’Osservatore Romano, ed. se-
manal en lengua española, 30 de enero de 2015, p. 16.
195
Ibíd.
137
orientaciones seguras y bien fundadas a sus hijos.
No es sano que se intercambien los roles entre
padres e hijos, lo cual daña el adecuado proceso
de maduración que los niños necesitan recorrer
y les niega un amor orientador que les ayude a
madurar.
196
177. Dios pone al padre en la familia para que,
con las características valiosas de su masculini-
dad, « sea cercano a la esposa, para compartir
todo, alegrías y dolores, cansancios y esperanzas.
Y que sea cercano a los hijos en su crecimien-
to: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones,
cuando están despreocupados y cuando están
angustiados, cuando se expresan y cuando son
taciturnos, cuando se lanzan y cuando tienen
miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando
vuelven a encontrar el camino; padre presente,
siempre. Decir presente no es lo mismo que decir
controlador. Porque los padres demasiado con-
troladores anulan a los hijos ».
197
Algunos padres
se sienten inútiles o innecesarios, pero la verdad
es que « los hijos necesitan encontrar un padre
que los espera cuando regresan de sus fracasos.
Harán de todo por no admitirlo, para no hacerlo
ver, pero lo necesitan ».
198
No es bueno que los
niños se queden sin padres y así dejen de ser ni-
ños antes de tiempo.
196
Cf.
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